Nieto: -«Abuela, ¿cuánto me queda para morirme?»
Abuela: -«Uy, para eso queda muuucho tiempo todavía. Cuando seas viejo»
Nieto: -«Entonces, ¿todavía no voy a morirme?»
Abuela: -«No, no. Claro que no»
Nieto: -«Es que yo, soy grande, pero todavía soy pequeño»
Conversación escuchada en el Parque de las Cruces, de Carabanchel.
El otro día, intentando que mi hijo de seis meses se quedara dormido, eché mano de una botella de agua pequeña medio vacía. Me puse a canturrear una cancioncilla improvisada sobre los peces y el sueño y, agitando el agua del interior de la botella, surgió un soniquete bastante agradable, a juzgar por la carita que puso. Le gustaba el chapoteo y, poco a poco, fue cerrando los ojos hasta quedarse dormido. ¡Fue un momento mágico, de esos que uno vive al ver crecer a un niño, que descubre cosas sencillas y se maravilla ante ellas!
Érase una vez, un señor que pensaba cómo habría de ser de largo su cuento, al borde de un acantilado.
Érase un señor, el señor Cochinilla, que tenía un gran problema de timidez. Tan tímido era, que se construyó un caparazón de cochinilla y, en los momentos en los que se sentía azorado, la cerraba, dejándole a él a salvo. Muy a pesar suyo, pues como buen tímido no deseaba molestar a nadie ya que ésto le daba una vergüenza terrible, había ocasiones en las que su caparazón, útil las más de las veces, originaba situaciones incómodas, tal vez más incómodas de hecho que la propia situación que, debido a su extremada timidez y apocamiento, le llevaba a hacer uso de aquel disfraz. Un día, habiendo hecho acopio de su muy limitada valentía y arrojo, fue al cine a ver una película que llevaba tiempo esperando ver. Obviamente, contadas eran las veces que iba a sitios concurridos, pero el cine era una de sus debilidades y aquella película le resultaba irresistible. Lamentablemente, el destino puso en una asiento cercano a una compañera de colegio de la infancia de la que se enamoró perdidamente como sólo los niños saben hacerlo y a la que nunca se atrevió a confesar sus sentimientos por ella. Casi inmediatamente, sacó su caparazón de cochinilla y lo desplegó en el estrecho asiento de la sala de proyección, con gran enojo de las personas que le rodeaban y comprensible enfado de la persona que se sentaba detrás de él. Pudo ver, pocos segundos después, el resplandor de una linterna que se acercaba a su sitio y escuchó la voz del acomodador instádole a que se quitara «esa cosa ridícula de la cabeza» o se vería obligado a echarle de la sala. Como no se atrevía a despojarse del caparazón por temor a ser reconocido por su amada de la infancia, optó por abandonar el cine, al que nunca más volvió. Se compró un equipo «home cinema», con sonido 5×1, altavoz potenciador de graves y una pantalla gigante y pronto disfrutó de la película (cada vez tardan menos en pasar del cine al DVD o al circuíto pirata), pero nunca más supo de aquella chica, aunque nunca pudo olvidar el perfil de su rostro en la penumbra del cine.
Uno de los cuadros mural que estoy haciendo para que coloree Darío. Son cartones de 1×70 metros, así que espero que tenga entretenimiento para rato. Este es el tercero, que he ambientado en el desierto.
Lars H. Smedsrud, investigador del hielo, responde en la página web del Bjernes Centre for Climate Research a los niños que le preguntan sobre el cambio climático y sus efectos sobre el ártico y el resto del mundo. Aquí transcribo una de las preguntas.
Question: How is the Artik melting.
Answer: The Arctic Ocean sea ice cover partly melts and re-freeze every summer and winter. Now the ice cover is shrinking, and the most likely heat source is increased transport of heat from the south and more clouds sending down more long-wave radiation. This slow increase over 10-30 years is likely connected to global warming.