Debajo del marino, su barco y debajo del barco, el mar (repite esta frase como si fuera el ir y venir de las olas tranquilas y el sueño vendrá igual que éstas).
Un dragón lila, leyendo las leyendas de los dragones.
Rebuscando por ahí, he encontrado varias ilustraciones para un proyecto de cuento ilustrado sobre dragones. Se iba a titular «Ma y el huevo de dragón». En él, Ma era la última dragona superviviente de la gran masacre ocurrida, como todos sabemos, allá por la Edad Media. Dicha masacre fue motivada por la codiciosa búsqueda de, según el gusto de la época, una de las carnes más delicadas que jamás se hayan servido en las mesas de los reyes. Después de huir de los hombres, Ma se escondía en una cueva, donde se encontraba con una piedra con forma de huevo que ella confundía efectivamente con uno e intentaba incubarlo durante meses. Sin salir de la cueva para alimentarse, Ma finalmente quedaba petrificada que es, como todos sabemos, la muerte natural de los dragones. Peor fin tendremos los humanos, que hemos acabado con cientos de especies, incluso las más fantásticas, tan sólo por nuestro afán de llenarnos la barriga, adornar nuestros cuerpos (adiós, dodo), aumentar nuestro apetito sexual (adiós, rinoceronte), adornar nuestras mesas y servirnos de cenicero (adiós, gorila), servir de combustible para nuestras lámparas (adiós, ballenas), calentar nuestros cuerpos (adiós, focas), adornar nuestras paredes (adiós, elefantes)…
El pingüino de Tomás vive en el piso que su familia tiene en el centro de la ciudad. Hace un año, lo adoptaron y se lo enviaron a casa en un barco. Hace tiempo que la gente adopta pingüinos. Desde que el hielo del Polo Ártico y de la Antártida se fundieron y los animales de esos sitios tan frios se quedaron sin casa. La familia de Pedro, el mejor amigo del barrio de Tomás, tienen dos pingüinos. Y la familia de Maura, la novia de Tomás que no sabe que lo es, tiene un pigüino y un frailecillo. Los frailecillos son pájaros. Tienen un pico muy gracioso y lo que más les gusta para comer es el pescado. A los pingüinos también les gusta el pescado, pero como en el mercado hay poco y está tan caro, casi todo el mundo da a sus animales polares adoptados barritas de carne de cangrejo. El pingüino de Tomás duerme en una caja de helados vacía. Todas las mañanas, Tomás abre la puerta de la nevera para que su pingüino tome el fresco y no se olvide del aire congelado de su tierra natal. Tomás juega un rato a imitar la forma de andar de los pingüinos. Luego se va a hacer los deberes. En el mapa del libro del cole, han cambiado el hielo de los polos por agua. Hay nuevos nombres para nuevos mares y algunos países, dice su padre, ya no están porque el mar se los tragó. Muchas veces, Tomás le dice a mamá «Esta casa es pequeña para el pingüino», porque el pingüino de Tomás se desliza a veces por el parquet del pasillo. Es muy rápido y llega enseguida de un extremo a otro de la casa. Y, además, a veces se golpea el pico con el rodapié o con las puertas y chilla, como si se asustara. Tomás le abraza y le consuela. Pero a veces el pingüino parece tener la cabeza en otra parte. En otro lugar más frío y no tan céntrico.
Nosotros, los terrícolas, somos muy listos. Pero hay gente en otros planetas que son más inteligentes que nosotros: los extraterrestres. Topot es un extraterrestre. Un extraterrestre es alguien que no es de la Tierra, nuestro planeta. Los extraterrestres vienen de vez en cuando de visita, a ver cómo nos va. Suelen ir acompañados de robots que recogen muestras para llevar a su planeta. Las muestras que recogen son piedras, vegetales, animales, que utilizan para investigar en los laboratorios que tienen en su planeta natal. Los extraterrestres y sus robots son mucho más listos que nosotros. Por eso pueden viajar desde muy lejos, recorriendo largas distancias a la velocidad de la luz. La velocidad de la luz es la medida de lo que tarda, por ejemplo, un rayo de luz en salir del sol y llegar a tu habitación por la mañana. La luz es más veloz que los coches, los trenes o los aviones. Ningún medio de transporte de la Tierra se acerca ni de lejos a la velocidad de la luz. Pero los platillos volantes, donde viajan los extraterrestres, sí pueden ir tan rápido como la luz, porque ellos son muy listos. Y sus robots también. Si ves alguno y te pide alguna muestra, dile que estás muy ocupado. Que tienes que ir al colegio, a jugar al parque, a leer un tebeo o a merendar. O dile que tienes que hacer los deberes. Como son tan inteligentes, seguro que les gusta encontrarse con un niño estudioso. Quien sabe, puede que te den algún regalo de su planeta. O que te acerquen, a la velocidad de la luz, a tu casa. ¡Qué sorpresa se llevarían tu mamá y tu papá si te vieran bajar de un platillo volante, antes de haber tenido tiempo de prepararte el bocadillo!
¡Cerrado libro mío,
cielo estrellado de la siesta!
¡Libro mío entreabierto,
cielo estrellado de la noche!
¡Abierto libro mío,
cielo estrellado de la noche!
¿Dónde está la palabra, corazón,
que embellezca de amor el mundo feo;
que le dé para siempre -y sólo ya-
fortaleza de niño
y defensa de rosa?
Mari dice hola, siempre que se prensenta la ocasión de saludar a alguien. Si entra en la panadería, antes de pedir magdalenas o una barra de pan, dice «hola» al panadero. Si entra en casa de sus abuelos, antes de que le den un abrazo y un pellizco en el carrillo, dice «hola». Si en el parque ve al jardinero cortando el cesped con el cortacesped a motor que hace tanto ruido, cuando llega a su altura grita «hola» para que pueda oirla. Si tiene que ir al centro y coge el metro, después de que las puertas se cierran y suena el silbato que indica que el tren va a salir, dice hola al resto de viajeros. Cuando, en verano, pide un cucurucho de helado al señor del puesto de helados, le dice «hola» antes de decir de qué sabor lo quiere. Y, normalmente, suele pedirlo de sabor pistacho y busca en la bandejita de cucharillas su color favorito, que es el lila, que pega perfectamente con el color verde del helado de pistacho.
Este puente lo he pasado buscando la canción de cuna más adecuada para tranquilizar a Dario a la hora de dormir. Después de muchos ensayos, se me ha ocurrido, gracias al parecido que he encontrado entre el nombre de Darío y el sonido que hacían las trompas en el tema principal de la banda sonora de la película «Los Vikingos» (sí, esa en la que el halcón de Tony Curtis dejaba Tuerto a Kirk Douglas y éste en venganza, como buen vikingo, le cortaba una mano). En fin, que me he puesto a tararearle esa musiquilla y ha funcionado: A Darío le tranquiliza. Esta música, surgida de un cuerno tañido por fornido vikingo (ayudado por la banda sonora, todo sea dicho) recibía al drakkar cuando entraba en su majestuoso fiordo. Allí, las aguas se amansaban, como el manojito de nervios de Darío. Así que alla va mi homenaje, con una ilustración de la época para la peli. Gracias, Mario Nascimbene.