
-¡Buurrps! (eructo). Perdón, ¡Por todos los reflejos! Pero es que el ego de la retorcida de la madrastra de Blancanieves me engorda y me da ardor en el nitrato de plata.

La nochevieja del 73, Pilar y Raul se acostaron en habitaciones separadas. Juntos, habían comprendido que ya no era posible dormir en la misma cama, tener la misma llave o compartir el mismo pijama. Hasta el año anterior, sí. Pero ahora no sentían lo mismo, ni les apetecían las mismas cosas. Raul gustó de merendar tortitas con nata aunque odiaba la nata, sólo porque le encantaba ver un hilillo de caramelo que, casi siempre ocurría así, se deslizaba lentamente por la comisura de la boca de Pilar hasta que ella lo lamía con su lengua, como una niña. Ella, por su parte, consentía en ir con los amigos de facultad de Raul y, aunque las conversaciones de aquellas reuniones siempre le parecieron pueriles, le encantaba escuchar la risa despreocupada de su compañero: si de una cosa se enamoró primero, fue de su voz. Pero un día, sin darse cuenta, sus bocas cambiaron, se apretaron los labios, como queriendo ocultar que su tiempo juntos, estaba acabando. Ninguno de los dos se atrevío a dejar escapar esa verdad y, sin más, dejaron de hablarse. Quién sabe si, de haberlo hecho alguno, hubieran redescubierto la sonrisa que les enamoró una vez. Al entrar en sus habitaciones, aquella nochevieja, de espaldas al otro, ambos entreabieron tímidamente sus bocas, pero no pudieron verlo y cerraron las puertas para siempre.
The New Year’s Eve of 1973, and Raul Pilar slept in separate rooms. Together, they understood that it was not possible to sleep in the same bed, the same key or share the same pajamas. Until last year, yes. But not now feel the same, or they wanted the same things. Raul enjoyed pancakes with cream tea cream but hated just because they loved to see a trickle of sweet that almost always the case, they glided slowly through the commissure of the mouth of Pilar until she licked with his tongue, as a girl. She, in turn, consented to go with the friends of power to Raul, and even talks of meetings he always seemed puerile, loved to hear the laughter of his blithe: if a thing is first love was his voice. But one day, without realizing it, they changed their mouths were pressed lips as if to hide their time together was ending. Neither dared to let go of this truth, and simply stopped talking. Who knows whether, if any, have rediscovered their love smile once. Upon entering the rooms, that New Year’s Eve, back to the other, timidly opened both their mouths, but they could not see it and closed the door forever.

En el mundo de Collodi, nadie pareció advertir que Pinocho, el otrora muñeco de madera, ya en la edad adulta, cuando lloraba lo hacía con sombras de clavos, las cuales dejaban un rastro de amargo óxido en su rostro que ahora aparecía surcado de arrugas extremadamente parecidas a las vetas de la madera pues la vida, como por desgracia ocurre tantas otras veces con los seres humanos de carne y hueso, había endurecido su alma.

El error de la creación del Doctor Frankenstein fue querer disfrutar del aroma de las flores: El mundo podría haber consentido su exisencia, pero jamás le perdonaría intentar comprender el mundo, y menos aún, pretender tener un alma.
Más páginas de ilustradores. Aquí va una batería (totalmente pacífica), o una manita, de links.

Ahora que viene SSMM los Reyes Magos, podemos contribuir a que su bolsa de regalos para nuestros hijos, sobrinos pese un poco más. Pero sólo un poco, porque en Toypaper podréis encontrar y descargar recortables ilustrados de monstruos, robots y demás bichos con diferentes diseños, todos muy «cute«.

… Y entonces, llegó el lobo que ya nadie esperaba porque todo parecía que iba a ir bien siempre en las casas de ladrillo y en lugar de soplar y soplar como hiciera su primo, fue tocando el timbre de las casas de los cerditos con mucha educación. Todos se asomaban temerosamente a las mirillas de las puertas. En silencio, confiando en que el lobo creyera que no había nadie y pasara de largo. Y a veces lo hacía porque, en fin, presas había muchas: tantas como casas. Y colorín colorado, este cuento no ha hecho más que empezar. Y me temo que no lo acabaremos comiendo perdices, sino sardinas en lata. ¡Tanto mejor para los que tengan el colesterol alto, que no hay mal que por bien no venga!
