CRISTOFOBIA
«Nuestra sociedad está enferma, muy enferma y no podemos ocultarlo. Lo que ha acaecido a propósito de una memoria en la que fue casa de Santa Maravillas o la sentencia de supresión en un colegio de Valladolid de los crucifijos, son hechos en los que se denota una cristofobia que, en definitiva, es el odio a sí mismos». Antonio Cañizares, Arzobispo de Toledo. Cadena Ser, 23-11-2008
Sin palabras. Solamente os recomiendo, como muchas otras veces, la definición que la wikipedia hace del victimismo.
Foto: Maffea
Totalmente de acuerdo contigo. Yo ya estoy cansado de tanto mensaje moralista y de que se nos intente vender la moto del victimismo cristiano. Y mientras los demás seguimos obedeciendo.
Lo único que está claro es que a la hostia se le llama hostia por algo.
Abrazos.
Vaya, pues yo lamento no estar de acuerdo. No considero victimismo a reconocer lo que es bastante real objetivamente. Lamentablemente estoy de acuerdo en que nuestra sociedad está bastante enferma (por otras muchas razones). No llego a afirmar que haya «cristofobia» pero sí una falta de respeto absoluto y una persecución irracional y sobre todo bastante irrespetuosa a la Iglesia Católica. Y no me avergüenza decirlo, la verdad.
En cambio, que vaya un colegio a quitar un símbolo musulmán si lo hubiese o a decirle a una niña que se quite el velo… eso sí que es repetable, claro. No sea que vaya a venir su padre y se vaya a inmolar en pleno colegio por infieles…
Si es que, es fácil acosar a quién no se defiende Y más aún llamarle víctima si lo hace.
Objetivamente real es que la Iglesia Católica o sus símbolos, no deben presidir un colegio público. Según nuestra Constitución, el Estado es aconfesional, y esta Constitución fue refrendada por la gran mayoría de los españoles. Nada te impide llevar un crucifijo o una medalla del santo de tu devoción al cuello. Esto es respetable. Lo que no es respetable es pretender asociar Iglesia a Estado, como ha ocurrido hasta no hace mucho, ya que la fe es una cuestión privada, una decisión personal sobre en qué creer, sin pretender que lo que yo creo es lo que deben creer los otros. La cuestión es que la jerarquía eclesiástica y muchos de los que profesan una fe que respeto profundamente como cualquier otra, quiere que unas costumbres o inercias históricas perduren a pesar de que la sociedad ha evolucionado en otro sentido. Me gustaría escuchar a los cardenales u obispos reclamar que se permita que un crucifijo conviva en un colegio público junto con la cruz de del David hebreo, la luna islámica, el compás masónico o cualquiera de las representaciones de shiva. Y, ya puestos, con la fórmula emc2. Todos estos símbolos, o lo que representan, han contribuído tanto o más que el crucifijo al desarrollo de nuestra civilización. La Iglesia Católica ya tiene Estado propio en el Vaticano, y aparecen en su bandera por derecho propio. Pero un hábito o costumbre, no hace un derecho y la cruz no representa ya, mal que les pese a algunos, a la totalidad de España. Sí es cierto que los españoles son mayoritariamente cristianos o católicos (muchos simplemente bautizados y muchos menos practicantes en el fondo y en las formas como quisiera su Iglesia), pero no por ello el Estado debe ser cristiano o católico. Por otro lado, esto puede ir cambiando y nada nos asegura que en un par de generaciones la religión mayoritaria en España sea otra. Entonces, posiblemente a los cristianos de ese futuro hipotético, no les gustaría ver los símbolos de esa religión mayoritaria en los lugares públicos, más aún en los colegios donde se educan sus hijos. Volviendo al presente real y objetivo. Nadie persigue a la Iglesia o a sus símbolos, es sólo una cuestión de llevarlos a los lugares donde verdaderamente deben estar, para fortalecer la fe de sus propios creyentes, no de chavales que pueden haber sido educados en otra religión o en ausencia de ella. A mí, personalmente, aunque respeto el crucifijo por lo que represente para los cristianos, me parece que quien no respeta al otro es aquel que pretende que su fe debe ser la del resto y que no existen otras opciones vitales que lleven a una relativa felicidad en un mundo completamente imperfecto más que la que sus símbolos representan. Y, por cierto, no hay nada que lamentar en tener una opinión diferente de la del otro. Es de celebrar que haya múltiples maneras de pensar y poder convivir con ellas.