Figs, women and desert sand
The other day I went into a grocery store, I had never visited before, drawn to a box of beautiful green figs, whose sweetness makes me crazy. I asked the clerk, an arabic man of about 40, half a kilo of these in point delights and while he was going slowly carefully selecting and placing them in a bag, trying to not opening the delicate skin, he began to refer a metaphor for women, water and sand of the desert: «Women, my friend, are like the sand of the desert, if you throw water on it, all disappear without trace. Yes, it’s true. You ca take care of they and pamper every day, but if one day you do something wrong… Bang! You do not get anything else, they don’t forgive You anymore. He sentenced with a strong accent as he put the fig’s bag on the scale. «Not all women are like that, man» I answered to the unexpected dissertation. «Yes, friend. All women are the same, remember what I’m telling you». So I paid for the figs and told the guy that I would remember his advice, and while I was while eating the fruit that night, I couldn’t stop thinking about the generous water and thankless desert sand. About the nature of women, however, I have no grounds to compare to any of those elements, but I can say that, naturally when they desire it, women can be infinitely sweeter than figs.
El otro día entré en una frutería, que nunca había visitado antes, atraído por una caja de hermosos higos verdes, cuya dulzura me vuelve loco. Le pedí al dependiente, un hombre árabe de alrededor de 40 años, medio kilo de estas delicias y, mientras éste los iba seleccionando cuidadosamente y colocándolos despacio en una bolsita intentando que, tan en su punto estaban, no se abriera su delicada piel, empezó a referirme una metáfora sobre las mujeres, el agua y la arena del desierto: «Las ‘miujeresh’, amigo, son como la arena del desierto que, si echas agua sobre ella, toda desaparece sin dejar rastro. Sí, así son las ‘miujeresh’, amigo. Las cuidas y mimas todos los días, pero si un día haces algo mal ¡zas! Ya no te dan nada más, no te lo perdonan». Sentenció mientras ponía la bolsa de higos sobre la balanza. «Hombre, no serán todas así ¿no?» Acierto a contestar yo, anodadado por la inesperada disertación. «Sí, sí, amigo. Todas las ‘miujeresh’ son iguales, acuérdate de lo que te digo». Y, sin más, pagué y le dije al vendedor que tendría en mente su relato, cosa cierta ya que, mientras paladeaba la fruta esa misma noche, no pude dejar de pensar en la generosa agua y la ingrata arena del desierto. Sobre la naturaleza de las mujeres, sin embargo, no tengo motivos fundados para relacionarlas con ninguno de aquellos elementos, aunque sí puedo decir que son, cuando a ellas les apetece, naturalmente, infinitamente más dulces que los higos.